jueves, 21 de mayo de 2009

Cómo ha cambiado el Jet Set


Murió Bebé y los sentimentales no podemos dejar de nostalgiar las épocas de oro de la televisión con la que crecimos. Porque Bebé era el miembro físicamente más notable de una familia inolvidable: Mickey, Pernito, Tribilín, Juanito y Tuerquita. Tuerquita, ¡ah!, Tuerquita. Alguna vez lo vi contando cómo había logrado entrar y salir de una prolongada y sinuosa carretera de bazuco, en la que se perdió por varios años (“duré dos años sin bañarme”). Lo de la entrada es más o menos parecido en estos casos. La salida de Tuerquita, en cambio, tiene su propio toque original. Pasó que le entregaron una cantidad considerable de bazuco para que la vendiera. Error. Es como poner de cuidador de un harem de mil putas a un preso recién salido de la cárcel después de 20 años de reclusión. Pasó lo que tenía que pasar: sería necio decir que la voluntad de Tuerquita no pudo ejercer su función supervisora, puesto que el memorable payaso ya carecía de ella hacía muchos años. El pecho del payaso era ya una coca hueca y oxidada, y él procedió a llenarla con el bazuco que le habían confiado. Los titulares legítimos de la droga, los socios capitalistas, que no entienden estas finuras de la moralidad humana, cuando lo encontraron con las manos vacías le propinaron quince puñaladas. Quedó tirado, un carro de la policía lo recogió y lo dejó también tirado a las puertas de un hospital. Allí lo recogieron y lo metieron a cirugía. Un médico joven, sorprendido, exclamó: ¡Pero si es un artista! ¡Es Tuerquita! ¡Hay que salvarle la vida! Los médicos son así, se meten en lo que no les importa, y así fue como el tierno galeno, inmisericordemente, sacó a Tuerquita del delicioso y tibio y seguro limbo en que se hundía: le salvó la vida.

De los otros sé más bien poco, aparte de los recuerdos del show que montaban cada ocho días, en medio de un atroz guayabo, en Animalandia. Pernito era el papá de Tuerquita y Bebé. Quisiera rematar con una frase de este último, dicha en un hospicio de caridad para ancianos, sin una pierna, diabético e hinchado: “Colombia es más triste sin payasos”.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Karel Capek


En el siguiente Apócrifo, Capek reconstruye el diálogo que habrían sostenido Pilatos y José de Arimatea. Con esa excusa, el gran escritor checo realiza una impresionante reflexión sobre la verdad, tema que tantas páginas de abstrusos tratados filosóficos ha ocupado. Cuando parece que Pilatos se va a quedar en un cómodo relativismo del tipo “todos tenemos nuestra verdad”, Capek le pone en la boca una disertación sutil y concisa que liga sus reflexiones sobre la verdad con el conocimiento humano y la tolerancia. Una joya, como verán.

Karel Capek nació en 1890 y murió en 1938. Se anticipó casi dos décadas a la fisión nuclear, inventó la palabra robot y reescribió –como en el texto que reproducimos—, con una sensibilidad e imaginación inigualables, varios pasajes históricos o legendarios. Un recordatorio de que el pensamiento profundo no tiene por qué reñir con la sencillez y la buena narrativa.

El credo de Pilatos
Karel Capek

Y respondió Jesús: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
Dícele Pilatos: ¿Qué cosa es verdad? Y como hubo dicho eso, salió otra vez a los judíos y díceles: yo no hallo en él ningún crimen.


Evangelio de San Juan, 18, 37-38

Al anochecer llegó a ver a Pilatos cierto hombre respetable de la ciudad, de nombre José de Arimatea, que también era discípulo de Jesús, y le pidió le entregase el cuerpo del Maestro. Pilatos lo permitió y le dijo:
–Fue crucificado injustamente.
–Tú mismo lo entregaste para que le crucificasen —respondió José.
–Sí, lo entregué –respondió Pilatos— y además la gente piensa que lo hice por miedo a algunos de esos gritones ya su Barrabás. Sólo con que hubiera mandado contra ellos cinco soldados, hubieran callado inmediatamente. Pero eso no pude hacerlo, José de Arimatea.
No se trata de eso –continuó al cabo de un momento—. Pero cuando hablé con él me convencí de que de aquí a poco, sus discípulos crucificarán a otros. En nombre de su nombre, en nombre de su verdad, crucificarán y atormentarán a otros, matarán otra verdad y alzarán en hombros a otros barrabases. Aquel hombre hablaba de la verdad. ¿Qué es la verdad? Vosotros sois una nación extraña que habla mucho. Tenéis fariseos y profetas, salvadores y otros sectarios. Todo el que inventa alguna verdad prohíbe todas las demás verdades. Como si un carpintero que hiciera una nueva forma de silla, prohibiese sentarse en las demás sillas que se hicieron antes que la suya. Como si por el hecho de haber inventado una nueva silla, quedaran inservibles todas las antiguas. Quizá la silla nueva sea mejor, más bonita y más cómoda que las otras. Pero, ¿por qué demonios un hombre cansado, no puede sentarse en una silla, sea la que sea, miserable, carcomida o de piedra? Está cansado y roto y necesita descanso. Y entonces, vosotros, le sacáis a la fuerza de esa silla sobre la que cayó sentado, para que vaya a sentarse en la vuestra. No os comprendo, José.
–La verdad –objetó José—, no es como la silla y el descanso. Es más bien como una orden que dice: ve aquí o allá, haz esto o lo otro, derrota al enemigo, conquista esa ciudad, castiga la traición y cosas parecidas. El que no escucha estas órdenes, es traidor y enemigo. Así ocurre con la verdad.
–¡Ay, José! –dijo Pilatos—. Si tú sabes bien que soy soldado y he pasado la mayoría de mi vida entre soldados… Siempre he cumplido las órdenes, pero no porque fueran la verdad. La única verdad era que estaba cansado o sediento, que añoraba a mi madre o alcanzar la gloria; que un soldado piensa precisamente, en su mujer, mientras el otro recuerda su campito y su par de bueyes. La verdad es que, de no haber sido por las órdenes, ninguno de esos soldados hubiera ido a matar a otra gente, tan cansada y tan desgraciada como él. Entonces, ¿qué es la verdad? Creo que me atengo más a la verdad si pienso en los soldados y no en las órdenes.
–La verdad no es una orden del comandante –respondió José de Arimatea—, sino la orden del conocimiento. Ves, sin lugar a dudas, que este pilar es blanco; si yo te asegurase que es negro, sería en contra de tu conocimiento y no me lo permitirías.
–¿Por qué no? –dijo Pilatos—. Me diría que seguramente debías ser terriblemente desgraciado e infeliz si veías negro un pilar blanco. Trataría de distraerte, de veras, me interesaría por ti aún más que antes. Y aunque solamente fuese una equivocación, me diría que en tu equivocación había tanta alma como en tu verdad.
–No es mi verdad –dijo José de Arimatea—. Hay solamente una verdad para todos.
–¿Y cuál es?
–Aquella en la que creo.
–Ya lo ves –dijo Pilatos lentamente—. Desde luego, es solamente tu verdad. Sois como los niñitos, que creen que el mundo termina donde termina el horizonte, y que después, no hay nada más. El mundo es grande, José, y en él hay espacio para muchas cosas. Creo que también en la realidad hay sitio para muchas verdades. Mira, soy extranjero en esta región y mi patria está más allá del horizonte; y, sin embargo, no diría que esta región no está bien y que la mía es la verdadera. Igualmente extrañas me son las enseñanzas de ese vuestro Jesús, pero ¿tengo por eso que decir que son falsas? Yo pienso, José, que todas las regiones son verdaderas y buenas, pero que el mundo debe ser tremendamente amplio para que todas quepan, unas delante de otras y junto a otras. Si se tuviera que poner Arabia en el mismo lugar en que está Ponto no sería, desde luego, justo. Y lo mismo ocurre con las verdades. Tendría que hacerse un mundo interminable, amplio y libre para que en él cupiesen todas las verdaderas verdades. Y yo creo, José, que el mundo es así. Si te subes a una montaña muy alta, ves las cosas como si estuvieran puestas en orden en una llanura. Desde cierta altura, hasta las verdades se funden. Pero el hombre, desde luego, no vive y no puede vivir en montañas altas; le basta ver desde cerca su casita y su tierra, las dos, llenas de verdades y de cosas; allí está su verdadero lugar, su lugar de acción. Pero, de vez en cuando, puede mirar las montañas o el cielo y decirse que, desde allí, su verdad y sus cosas existen, desde luego, sin que se le robe nada de ellas, pero que se funden con algo mucho más libre que ya no es su propiedad. Contemplar ese amplio panorama y, al mismo tiempo, cultivar su campito; eso, José, es algo casi como devoción. Y yo creo que el padre de los cielos, de ese hombre en cuestión, está de verdad en alguna parte, pero que se entiende a las mil maravillas con Apolo y otros dioses. En parte se compenetran y, en parte, son vecinos. Mira, en el cielo hay una inmensidad de sitio. Me alegra que esté allí el padre de los cielos.
–No eres ni caliente ni frío –le contestó José de Arimatea—, eres solamente templado.
Y se levantó para marcharse.
–No lo soy –respondiole Pilatos—. Yo creo, creo, febrilmente creo que hay una verdad y que el hombre la reconoce. Sería locura pensar que existe solamente una verdad con el fin de que el hombre nunca la encuentre. La conoce, sí, pero ¿quién? ¿Tú o yo, o quizá todos? Yo creo que todos tenemos nuestra parte en ella, el que dice sí lo mismo que el que dice no. Si esos dos se unieran y se comprendiesen, surgiría de ello la verdad. La negación y la afirmación no se pueden unir, mas la gente sí. Hay más verdad en la gente que en las palabras. Comprendo más a la gente que a sus verdades; pero hasta en eso hay fe, José de Arimatea, hasta para eso es necesario mantener el entusiasmo y el éxtasis. Yo creo, creo absolutamente y sin dudas. Pero… ¿qué es la verdad?

Tomado de Magazín Domincal de El Espectador , No. 641. agosto 27 de 1995, pp. 10-11.

sábado, 25 de abril de 2009

Concentración


Como de costumbre, el Dr. Calle colabora con nosotros: nos mandó la siguiente belleza:

En Radiaciones, los diarios de Ernst Jünger, leo [el Dr. Calle] una anécdota ocurrida durante la guerra de los bóxeres:

Creo que era un oficial del Estado Mayor del general Waldersee el que contaba una ejecución de rehenes chinos. Formaban una larga cola, mientras iban siendo decapitados uno tras otro. En aquella cola le llamó la atención al oficial un hombre que estaba leyendo un libro. La visión de aquello le conmovió y entonces solicitó de quien dirigía las ejecuciones la vida del hombre, que le fue concedida. El oficial comunicó el indulto al lector. El chino dio las gracias cortésmente, se metió el libro en un bolsillo y abandonó el lugar del suplicio, donde el trajín siguió su curso.

¿Qué estaría leyendo?

Y ahora esta otra, sobre un ajedrecista, escrita por Dribbling online, un estupendo humorista que tiene un delicioso libro, La siciliana salvaje, que le mandamos al que quiera. Como verán, el tipo enreda una historia de concentración, parecida a la anterior, en los comentarios de una partida de ajedrez. A quienes no les importa el ajedrez, desde luego, pueden saltarse la partida. Los demás también, no faltaba más: este blog es libertario: hagan lo que les dé la gana:

1.e4 No vayan a creer a los que dicen que yo estoy enganchado al ajedrez, ni una palabra. 1...c5 No menos de dos veces por mes llamo al despacho para enterarme de cómo van las cosas. El Coach está de testigo, no me deja mentir.
2.Cf3 d6 Y hace poco más de un año asistí a una reunión familiar donde me presentaron a mi hija la del medio, que cumplía quince.
3.d4 cxd4 O sea que levanto mi cruz, cumplo mi condena, pago mi peaje.
4.Cxd4 Cf6 Pero uno también tiene derecho a tener un hobby ¿no?
5.Cc3 a6 No es cierto que el ajedrez sea una droga, aunque a veces se cometan excesos.
6.Ae2 e6 Un conocido de un amigo mío estranguló al hijo de siete años porque al entrar corriendo a la habitación le tiró las piezas del tablero.
7.0-0 Dc7 El abogado defensor lo declaró culpable pero, enterado de que el Juez era ajedrecista, presentó como fuerte atenuante el hecho de que la posición que estudiaba el parricida en el momento de autos emergía de la variante Botwinnik del Gambito de Dama.
8.f4 Cbd7 Estimando el argumento, el Juez aplicó una pena menor y otorgó la condicional.
9.a4 b6 En privado, el Juez le dijo al abogado que tratándose de la variante Botwinnik debería haber sostenido la inocencia de su defendido por el eximente de defensa propia.
10.Af3 Ab7 En privado, dijo el Juez que él en casa analizaba la variante Botwinnik con el hacha encima de la mesa.
11.De2 e5 En la sentencia, el Juez sostuvo que "era imprescindible proteger el esfuerzo en investigación y desarrollo necesario para impulsar al país a cotas más elevadas de prosperidad y prestigio internacional."
12.Cd5 Cxd5 En acción sin precedentes, el reo apeló, solicitando se le aplicara la perpetua. Alegó que la prisión de máxima seguridad era el único sitio que le daba ciertas garantías de que le permitieran analizar en paz.
13.exd5 g6 El asunto estaba sub judice cuando el interfecto arremetió con una escopeta de caños recortados contra unos pajarillos que cantaban en el jardín -según él- "con estridencia".
14.Cc6 Ag7 Fue internado en un psiquiátrico y recluido -a petición propia- en confinamiento solitario.
15.fxe5 Cxe5 Lo último que se supo estaba feliz, por más que tuviera que mover las piezas entre dientes por lo del chaleco de fuerza.


Aquí no termina la partida. Ganaron las blancas, por supuesto. La partida real es Smyslov, Vassily - Grigorian, Karen - Moscú, 1976.

viernes, 3 de abril de 2009

Allen Ginsberg


En liricaludica nos burlamos de los poetas. Aquí no, cómo se les ocurre. Seguramente la clasificación más facilona de los poetas es: i) los que nos gustan, y ii) los que no nos gustan. Aunque quizá haya criterios objetivos, los desconocemos (en realidad, ignoramos casi todo, excepto nuestros nombres -y esto sólo cuando estamos sobrios). Pues bien, Allen Ginsberg es de los poetas que metemos en el primer saco. Miren por qué:


ESFÍNTER

Espero que mi viejo, que mi buen ojo del culo resista
En 60 años no se ha portado nada mal
Aunque en Bolivia una operación de fisura
Sobrevivió al hospital de altiplano -
Poca sangre, ningún pólipo, ocasionalmente
Una leve hemorroide
Activo, anhelante, receptivo al falo
Botella de coca, vela, zanahorias
Plátanos y dedos -
Ahora el Sida lo vuelve cauteloso, pero
Aún servicial -
Fuera el mal rollo, dentro el condón
Amigo orgásmico -
Aún elástico correoso,
Descaradamente abierto al placer
Pero en 20 años más, quién sabe,
Los viejos sufren todo tipo de achaques
Cuello, próstata, estómago, articulaciones -
Espero que mi viejo orificio se conserve joven
Hasta la muerte, dilatado

***


LAMENTACIÓN DEL SIN TECHO

Perdona, amigo, no quise molestarte
Pero volví de Vietnam
Donde maté a un montón de caballeros vietnamitas
Algunas damas también
Y no pude soportar el dolor
Y de miedo cogí un hábito
Y pasé por la rehaz y estoy limpio
Pero no tengo lugar donde dormir
Y no sé qué hacer
Conmigo ahora mismo

Lo siento, amigo, no quise molestarte
Pero hace frío en la calle
Y mi corazón está enfermo solo
Y estoy limpio, pero mi vida es un desastre
Tercera Avenida
Y calle E. Houston
En el paso peatonal bajo el semáforo en rojo
Limpio tu parabrisas con un trapo sucio

***


LA BALADA DE LOS ESQUELETOS

Dijo el esqueleto Presidencial
No firmaré ningún proyecto
Dijo el esqueleto Vocero
Sí lo harás

Dijo el esqueleto Representativo
Objeción
Dijo el esqueleto Corte Suprema
¿qué esperabas?

Dijo el esqueleto Militar
Comprad bombas estrellas
Dijo el esqueleto Clase Alta
Hambread a las mamis solteras

Dijo el esqueleto Yahoo
Parad el arte obsceno
Dijo el esqueleto Derecha
Olvidaos del corazón

Dijo el esqueleto Gnóstico
La Forma Humana es divina
Dijo el esqueleto Mayoría Moral
No, no lo es, es mía.

***

Soñé que vivía en un lugar sin domicilio
Perdido y solo andaba yo
La gente me miraba sin verme en el espacio
Y pasaban de largo con ojos de piedra

***


ESTA ÉPOCA INSTRUIDA

Esta época instruida
Se tira pedos
Esta época instruida
Camino despacio
Esta época instruida
Se acuerda de sus abuelas
Esta época instruida
Toma diuréticos, presión arterial alta,
Vigila la sal y el azúcar
Esta época instruida come menos carne, algunos
Hace una década que dejaron de fumar
Unos dejan el café, otros lo toman fuerte
Esta época instruida presenció
Los funerales de sus mejores amigos, llamó a
Hijas y nietas por teléfono
Unos conducen, otros no, unos cocinan,
Otros no
Esta época instruida
A menudo
No dice nada.

domingo, 29 de marzo de 2009

Un enigma


Una vez, Ursula K. Le Guin dijo que uno de sus primeros relatos fue inspirado por una situación imaginada por Henry James en la que todos los habitantes de un mundo eran felices, pero al precio de que una sola alma cargara con todos los sufrimientos de los demás. Le Guin dice que en esa imagen encuentra una alegoría perfecta de la sociedad norteamericana. Un diálogo de una novela reciente, sin embargo, sugiere que quizá James no estaba imaginando, sino más bien haciendo sociología:

"–¿Sabes cuántos desgraciados hay en el mundo?
–Depende de lo que se entienda por desgraciado.
–En absoluto. Yo te diré cuántos hay: uno. Hay un único capullo hecho polvo en todo el universo. Porque todo el mundo tiene a quien darle por culo. Por más pelagatos que seas, siempre habrá alguien peor que tú. El limpia váteres de los váteres más asquerosos del país más asqueroso tendrá su ayudante, y éste el suyo, y así hasta el final de la cadena, hasta que llega un momento en que ya no queda nadie a quien darle por culo, y eso… Eso sí que es una putada". (Tibor Fischer, Viaje al fondo de la habitación, Tusquets, 2005).

Este cálculo omite una posibilidad, o un hecho quizá: que hay límites territoriales que interrumpen la cadena de despotismos. Sin embargo, esos límites no pueden trazarse del mismo modo que las fronteras nacionales, puesto que la subyugación puede imponerse sin importar la nacionalidad; o si no pregúnteles a los emigrados chinos, colombianos, mejicanos, que viven en Nueva York o casi en cualquier parte. Así que podríamos usar la siguiente estipulación para mejorar el cálculo: sea un “Territorio de la desgracia” toda serie de “tú-me-jodes-yo-lo-jodo-a-él” con una cadena claramente numerable (se pueden identificar todos los eslabones, desde el primero hasta el último), entonces habrá en el mundo tantos desgraciados como territorios de la desgracia. El número de territorios de la desgracia, por supuesto, varía según los cambios políticos y sociales. Antes de la expansión de la globalización, por ejemplo, los territorios de la desgracia estaban fuertemente ligados a los límites políticos entre naciones. Esto sugiere que el citado cálculo según el cual tiene que haber un único infeliz en el mundo no es tan descabellado después de todo. Basta con que la globalización se desarrolle hasta cierto punto para que quede un único infortunado que no tenga a nadie a quien joder.

Pero una pregunta mucho más difícil que la de cuántos desgraciados existen, es: ¿qué es preferible, un mundo con múltiples miserables o uno con un único desdichado? No sé ustedes, pero a mí no me gustaría oír respuestas.

lunes, 16 de marzo de 2009

Colombia: denigramos el mal


Para tocar fondo me tengo que empinar.
Joe Gould

El filósofo francés Bernard-Henry Lévy entrevistó a Carlos Castaño. El resultado es el siguiente escrito, cuya conclusión nos parece inquietante, perturbadora.


Las guerras olvidadas, 4. Colombia

Traducción por José Manuel Vidal

Carlos Castaño, alias Rambo, es el otro actor principal de esta guerra. También él, a la cabeza de un auténtico ejército, reina en los estados de Urabá, Sucre, Magdalena, Antioquia, Cesar, Córdoba, Cauca y Tolima, sobre territorios todavía más vastos, donde se le imputan crímenes horribles. No me presenté ante él como periodista. A través de diferentes canales le mandé decir que era 'un filósofo francés trabajando sobre las raíces de la violencia en Colombia'. Al cabo de varios días, recibí un telefonazo, fijándome una cita para el día siguiente en Montería, la capital de Córdoba, el estado donde tuvo lugar la matanza de Quebrada Nain. Montería. Un Toyota. Un chofer mudo. Y tres horas de malas pistas, en dirección a Tierra Alta. Finca Milenio, Finca El Tesoro... Las aldeas de Canalete, Carabatta, Santa Catalina... Estamos en el corazón de la zona de los finqueros, esos grandes propietarios que, en los años 80, fueron los que crearon estas Autodefensas de Córdoba y Urabá, que, ahora, se llaman paramilitares, el embrión del ejército de Castaño.

Estamos, si mis deducciones son buenas, en el límite sur de Córdoba y de Urabá, por donde pasa la línea del frente con las FARC. El Tomate, un pueblo con su estadio de fútbol aplastado por el calor, sus billares, su gallería para los combates de gallos. Y, de pronto, un gran portalón de madera y otro y otro. Tiendas, cabañas de colores caqui, un garaje de jeeps, una pancarta gigante: «La mística del combate integral», un tejado de caña, bajo el que están reunidos una treintena de hombres con sombreros tipo ranger, hombres blancos, algún negro, un intenso tráfico de armas que transportan de una tienda a otra y, en medio de este inmenso campamento, en el umbral de la tienda más grande, rodeado de hombres en uniforme y con armas, un pequeño personaje nervioso, muy delgado y que me dice, a guisa de presentación: "—Carlos Castaño. Entre, señor profesor". No hay ironía en su voz, sino, más bien, una consideración por aquel que él piensa que es una autoridad universitaria que viene a visitarle a la selva. "—Yo soy un campesino. Todos aquí somos campesinos". Con un gesto sencillo y casi como disculpándose, señala a los comandantes que tomaron asiento, como nosotros, alrededor de una mesa. "—Quiero decírselo inmediatamente. Lo que a mí me interesa, aquello por lo que me levanté, hace 20 años, contra las FARC, es la justicia. Soy un hombre justo". Habla rápido, muy rápido. Sin darme ocasión de plantearle preguntas. Tiene una voz juvenil que no tiene nada que ver con el uniforme, los galones, y la boina que lleva en la cabeza. "—Díselo tú, Pablo, dile que soy un hombre de justicia". Pablo, que está a mi lado, lo dice. Coloca su sombrero sobre la mesa y confirma que el señor Castaño es, en efecto, un hombre de justicia.

"—La droga, por ejemplo". Es él el que aborda, de inmediato, la cuestión de la droga. "—No quiero causarle daño a este país. Me sienta mal hacerle daño. Pero, ¿qué puedo hacer yo, si este conflicto está vinculado a la droga y si no se puede entender en absoluto si no se piensa continuamente en clave de droga?". Los comandantes opinan de nuevo. "—Pero, atención. Donde se plantea la cuestión de la justicia es en que nosotros no somos los traficantes. Le prohíbo decir que somos traficantes. Sólo estamos detrás, protegiendo los campesinos que cultivan. Porque, ¿qué se puede hacer cuando una tierra es estéril y sólo se puede cultivar eso? ¿Es que vamos a prohibirle a los paisanos que se ganen la vida?". Le observo que habla como Ríos y como las Farc. "—No. También le prohíbo que diga eso. Porque la diferencia es que nosotros, con los beneficios de la droga, hacemos el bien. El Bien. ¿Por dónde ha venido usted? ¿Por la ruta de Tierra Alta? ¡Nosotros somos la ruta de Tierra Alta! Es con el dinero de la droga con el que hemos hecho la estupenda carretera de Tierra Alta". Carlos Castaño se calienta y se embala. El sudor le cae sobre el rostro. Hace grandes gestos y despliega una energía considerable para que entienda perfectamente que es él el responsable de esta ruta y que es un hombre de Justicia. "—¿Me explico?". Claro que sí, perfectamente. "—¿Tú crees que entiende? –Sí, jefe, parece que entiende". La verdad es que cada vez le veo más excitado. Con nervios. "—La injusticia me vuelve loco, loco".

Le pongo otro ejemplo. El ELN. "–Las negociaciones con el ELN. Y esa idea de darles también a ellos una zona. ¿Cómo es posible que Pastrana, el presidente Pastrana, pueda pensar en entablar negociaciones con el ELN, que es una organización de secuestradores, asesinos y torturadores?". Le hago caer en la cuenta de que su organización practica, también ella, los atentados ciegos contra los civiles y, sobre todo, contra los sindicalistas, esta misma semana, sin ir más lejos. Se sobresalta. "—¿Atentados a ciegas nosotros? Jamás. Siempre hay una razón. Los sindicalistas, por ejemplo. Impiden trabajar a la gente. Por eso los matamos". ¿Y el jefe de los indios de Alto Sinú? ¿También impedía trabajar a la gente el pequeño jefe indio que había bajado a Tierra Alta? "—La presa, impedía el funcionamiento de la presa." ¿Y el alcalde? Me dijeron en Tierra Alta, cuando hacía la ruta de Quebrada Nain que, justo antes de las elecciones, las Autodefensas asesinaron al alcalde. "—Lo de los alcaldes es otra cosa. Nuestro trabajo consiste en llevar el poder a los representantes del pueblo. Cuando hay alguien en Córdoba que se obstina en querer presentarse en contra de nuestra voluntad, le amenazamos. Es verdad, le mandamos una advertencia, como es normal". –Sí, pero a este alcalde en concreto no sólo lo amenazaron, sino que lo mataron... "—Porque robó dos millones a la ciudad. Y, después, acusaba a otros. Hacía recaer en otros la responsabilidad de sus robos. Corrupción y mentira juntas. Era demasiado. Por eso hubo que ser implacable. Y además...". Se toma un respiro. Después, con una voz estridente, casi femenina y como si estuviese en posesión de la irrefutable prueba de la culpabilidad del alcalde, añade: "—Además, llevaba un chaleco antibalas". Así de simple.

La conversación dura dos horas y siempre en este tono. Castaño habla tan rápido ahora, con una voz tan aguda, que me tengo que inclinar cada vez más a menudo hacia mi compañero, para que me repita lo que ha dicho. Habla del presidente Pastrana, al que respeta, pero que no le respeta y eso le desespera. De Castro, que ha castrado a su pueblo, y esta imagen le hace reír con una risa de demonio. De todos esos militares, expulsados del Ejército, que, como los generales Mantilla y Del Río, se pasan a las Autodefensas. Pero, ojo, con una condición, porque él les pone una condición, para no volverse loco: que no hayan sido expulsados por corrupción. Habla de la injusticia y otra vez más de la injusticia. De la letanía de injusticias y de disfuncionamientos del Estado. Pero allí está él, Castaño, para suplir al Estado desfalleciente. Él es su brazo, su servidor fiel y no correspondido. Y, por fin, habla del crimen de Quebrada Nain y de todos los crímenes que se le adjudican a sus sicarios. Y no suelta ni una palabra de arrepentimiento. Lo máximo que concede es que, a lo mejor, su ejército quizá haya crecido demasiado deprisa y que en la matanza de la que le hablo 'les faltó [sic] profesionalismo'. Pero lo que repite una y otra vez es que, si un hombre o una mujer tienen aunque sólo sea una vaga vinculación con la guerrilla, dejan de ser civiles, para convertirse en guerrilleros vestidos de civil y, por lo tanto, merecen ser torturados, degollados, o son merecedores de que les cosan un gallo vivo en el vientre en lugar de un feto...

Carlos Castaño tiene cada vez más calor. Y está cada vez más febril. Este olor de supositorio que invade la tienda... Esa forma que tiene de sobresaltarse cuando oye un ruido... "—¿Qué pasa?. –Nada, jefe, es el generador, que se ha vuelto a poner en marcha". Y su manera de gritar, cada cinco minutos: "Un tinto, Pepe, un café". Y un soldado, aterrorizado, se lo lleva. Y él vuelve a hablar a un ritmo endiablado. Un último cuarto de hora para gritar. Y después se calla, se levanta y se calla. Titubea un poco. Se agarra a la mesa. Me mira con una mirada tan fija que me pregunto si no está sencillamente borracho. Se repone. Me ofrece una gran cartera negra, repleta de discursos y de videos. Sus lugartenientes están a su lado. Sale, dando tumbos, bajo el sol de mediodía.

Un psicópata frente a unos mafiosos. Una historia llena de ruido y de furor contada por bandidos o por este guiñol asesino. Una parte de mí me dice que siempre ha sido así y que los observadores más sagaces siempre han descubierto a los gordos animales perentorios, faroleros, hinchados de su propia importancia y poder, que reinaron sobre el infierno de la Historia de los tiempos pasados: el grotesco Arturo Ui, de Brecht; el pobrecillo Laval, de Un castillo al otro; García Márquez y su caudillo; la desnudez fofa del Himmier de Malaparte, en Kaputt... Pero otra parte de mí no puede deshacerse de la idea de que hay aquí, en cualquier caso, un cambio, una degradación energética, una caída. No puedo dejar de pensar que jamás se había visto una guerra reducida a este enfrentamiento de magnates y de monigotes, de clones y de payasos. El grado cero de la política. Es el estadio supremo de la bufonería y el estadio elemental de la violencia descamada, sin disfraz, reducida al hueso de su verdad sangrienta. Incluso los monstruos se desinflan cuando se terminan las épocas teológicas.

Bernard-Henry Lévy, Reflexiones sobre la guerra, el mal y el fin de la historia. Ediciones B, 2001.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Minimalismo puro y duro


Recibimos la siguiente lección magistral de relato minimalista:

Examen en el colegio público García Lorca, Madrid. Asignatura: Lengua española.

Ejercicio: composición literaria que contenga los siguientes temas:

1. Sexo.
2. Monarquía.
3. Religión.
4. Misterio.

Recomendaciones del profesor: brevedad y concisión.

Respuesta de uno de los alumnos: “¡Se follaron a la reina!, ¡Dios mío!, ¿quién habrá sido?”.

jueves, 19 de febrero de 2009

Cara o cruz


La filosofía es un género literario con mala fama: algunos de los grandes son indiscutiblemente escritores aburridos, densos, difíciles (Aristóteles –aunque este caso es dudoso, puesto que sólo se conservan sus apuntes de clase. Cicerón, que alcanzó a conocer las obras publicadas del Estagirita, dice que su prosa “fluye como un río de oro”, aunque no nos imaginamos qué tan fluido pueda ser el metal—, Kant –un caso inexcusable—, Hegel –Ibídem— y un largo etcétera). Sin embargo, hay subgéneros que parecen propicios para la buena escritura, en los cuales los grandes descuellan no sólo como pensadores profundos, sino también como escritores notables. Es el caso de la filosofía moral y política: Platón, Hobbes, Locke, Rousseau, Voltaire, Diderot, Nietzsche, Dostoievski y otro largo etcétera (este etcétera sí que es un autor famoso). El siglo XIX conoció quizá la mayor nómina de grandes novelistas que son también grandes moralistas (una pregunta: ¿puede un gran novelista no ser también un gran moralista?). No sabemos si Diario de un mal año, de Coetzee, sea una gran novela. Lo que sí es cierto es que es una estupenda obra de filosofía moral y política. A continuación trascribimos uno de los tantos pasajes donde el narrador reflexiona sobre la naturaleza de la democracia. Un pasaje que hace recordar las mejores páginas de Hobbes e, incluso, el diálogo entre el Guasón y el fiscal en El caballero de la noche, donde el criminal le dice al justiciero: “Soy un agente del caos, ¿sabés por qué me gusta el caos?: porque es justo”:

"Contar votos puede parecer un medio para averiguar cuál es la verdadera (es decir, la más ruidosa) vox populi; pero el poder de la fórmula del primogénito varón, radica en el hecho de que es objetiva, sin ambigüedad, y está fuera del campo de la discusión política. Lanzar una moneda al aire sería igualmente objetivo, igualmente carente de ambigüedad, igualmente indiscutible, y, en consecuencia, igualmente podría afirmarse (como se ha afirmado) que representa la vox dei. Nosotros no elegimos a nuestros dirigentes lanzando una moneda al aire (lanzar monedas se asocia con la actividad del juego, de baja categoría), pero ¿quién se atrevería a afirmar que el mundo estaría en peor estado de lo que está si sus dirigentes hubieran sido elegidos desde el comienzo por el método de la moneda?

Al expresarme así imagino que estoy argumentando esta actitud antidemocrática ante un oyente escéptico que continuamente comparará mis observaciones con los hechos sobre el terreno: ¿cuadra lo que digo de la democracia con los hechos acerca de la democrática Australia, el democrático Estados Unidos, etc.? El lector debería tener presente que por cada Australia democrática hay dos Bielorrusias o Chads o Fijis o Colombias que igualmente suscriben la fórmula del recuento de papeletas de voto".

A propósito, la primera novela de Philip K. Dick, Lotería solar, imagina un mundo en el que el máximo gobernante es elegido mediante una lotería. Quien quiera, sólo escríbanos y se la mandamos.

Coetzee, J. M. Diario de un mal año, Debols¡llo, 2009, p. 24.

jueves, 12 de febrero de 2009

Dan ganas de balearse en un rincón 3


Hace poco Camilo Jiménez publicó una selección de fragmentos desafortunados de escritos que ha tenido que padecer en su trabajo como jurado de concursos literarios o como editor. La presentación de los fragmentos la hizo por secciones, con títulos burlones cada una y sin presentar los nombres de los autores. Luego alguien (algún organizador de uno de los concursos quizá), le pidió que retirara la entrada. Entonces se produjo una polémica sobre si había sido un error por parte de Camilo publicar esos fragmentos. Nos parece una buena ocasión para recordar algunas cosas.

Uno de los críticos de Camilo escribió: “Salir a ventilar lo que la gente envió de buena fe –incluso, en algunos casos, con ilusión— es un acto de perversidad, una bajeza”. Esa frase admite abiertamente que “lo que la gente envió” olía mal. Lo que les parece más mal a algunos –incluido el autor anónimo de la frase— es que Camilo haya publicado esos fragmentos para burlarse. Aquí parece haber una asimetría: si cualquiera publica esos mismos fragmentos para elogiarlos (ahí sí con los nombres de los autores), entonces es probable que los críticos no digan nada. Pero eso no tiene sentido, porque si se puede publicar algo para elogiarlo, entonces es obvio que también se puede hacer lo contrario.

Carlos Castillo, por su parte, dijo que el error de Camilo consistió en no haberles pedido permiso a los organizadores de los concursos o los directores de la revista adonde fueron enviados los olorosos manuscritos. Suponemos que Castillo admitiría que no habría error en el caso citado de la publicación elogiosa (a no ser con respecto a los derechos, quizá). El argumento de Castillo es que lo que hizo Camilo “traiciona la buena fe de los organizadores de los premios…” ¿Por qué? Conocemos muchos concursos literarios, y en ninguno hay una cláusula que les prometa a los participantes que los jurados o los organizadores no se van a burlar si los escritos les parecen malos, o ridículos o lo que sea. Además, la intención obvia de quien manda un escrito a un concurso o revista es que lo publiquen, y publicar es eso: exponerse.

El anónimo también sugirió que la burla era una suerte de atentado contra la integridad de los autores: ¡que el diablo nos coja confesados! (autopromoción: lo cortés no quita lo hijueputa). Lo único que merece respeto son las personas, no las creencias ni las ideas (si no fuera así, cualquier crítica de una idea o escrito sería una afrenta personal). Aún más, en muchos casos la libertad de expresión implica la burla, el escarnio (¿habrá que censurar entonces a los caricaturistas, a los escritores satíricos, a Tola y Maruja?). La base de la libertad de expresión es la tolerancia, no el respeto. Tolerar significa, precisamente, aguantarse la expresión y práctica de ideas y costumbres que uno no respeta. Orwell lo dijo con sencillez: “si algo significa la libertad de expresión es precisamente la posibilidad de decirle a la gente lo que no quiere oír”. Isaiah Berlin, explicando la famosa defensa de la libertad hecha por John Stuart Mill en On Liberty, dice:

“Mill creyó que mantener firmemente una opinión significaba poner en ella todos nuestros sentimientos. En una ocasión declaró que cuando algo nos concierne realmente, todo el que mantiene puntos de vista diferentes nos debe desagradar profundamente. Prefería esta actitud a los temperamentos y opiniones frías. No pedía necesariamente el respeto a las opiniones de los demás; lejos de ello, solamente pedía que se intentara comprenderlas y tolerarlas, pero nada más que tolerarlas. Desaprobar tales opiniones, pensar que están equivocadas, burlarse de ellas o incluso despreciarlas, pero tolerarlas. Ya que sin convicciones, sin algún sentimiento de antipatía, no puede existir ninguna convicción profunda; y sin ninguna convicción profunda no puede haber fines en la vida… Ahora bien, sin tolerancia desaparecen las bases de una crítica racional, de una condena racional. Mill predicaba, por consiguiente, la comprensión y la tolerancia a cualquier precio. Comprender no significa necesariamente perdonar. Podemos discutir, atacar, rechazar, condenar con pasión y odio; pero no podemos exterminar o sofocar…”

En conclusión: si no quiere que nadie se burle de su manera de pensar o de escribir, entonces mejor no publique ni intente publicar; mejor no mande sus preciosos manuscritos a ninguna parte y trate de mantenerse callado.

El resto de los argumentos, casi sobra decirlo, eran variantes aproximadamente idénticas de razonamiento ad hominem: que los amigos se publican entre sí, que entre los fragmentos ultrajados por Camilo había cosas mejores que las escritas por los amigos de Camilo, etc. No vale la pena responder: ahí están las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, o cualquier tratadito reciente de lógica elemental.

Nos van a perdonar.

martes, 3 de febrero de 2009

Augusten Burroughs: En el dique seco


Las razones por las que uno se convierte en lo que se convierte son fáciles de identificar según la cháchara sicoanalítica. Pero para los incrédulos, mencionar esas razones en primera persona es el más claro indicio de autocompasión, o de que uno está empezando a ofrecerle disculpas a la policía. Rara vez, sin embargo, dicha enumeración es además buena literatura. Pero Augusten Burroughs sabe escribir sobre sí mismo con gracia y arte. Para la muestra, un fragmento de su último libro (¿novela?), publicado recientemente por Anagrama:

"En realidad me sorprende haber llegado a ser un bebedor, teniendo en cuenta cómo era mi padre. Bebía tanto que yo casi no me daba cuenta de ello. Hay padres que tienen bigote, otros que llevan gorras de béisbol y el mío era un padre que tenía un vaso pegado a la mano. Nunca me resultó extraño. No pensaba: "Oh, mi papá es un alcohólico". Simplemente pensaba que siempre tenía sed.

Por otra parte, bien podría deberse a la serie Embrujada.

Yo era un adicto a Embrujada cuando era un crío. Adoraba a Darren Stevens Primero. Cuando volvía a su casa Samantha le decía: "Darren, ¿quieres que te prepare una copa?". Él siempre dejaba su maletín en el vestíbulo, sobre una repisa con espejo, y se pasaba un pañuelo con su inicial por la frente. Luego decía: "Que sea doble".

Me voy a la cama, me siento en el borde y me hundo en el edredón de plumas y en el mullido colchón. Siento que soy muy afortunado por tener una cama tan estupenda donde poder sentarme durante mis ataques de ansiedad. ¿Por qué seré tan ansioso? Entonces me doy cuenta de que mi problema no es la ansiedad, sino la soledad. De que estoy solo de un modo profundo y terrible. Durante un segundo soy consciente de lo arraigado que está ese sentimiento de soledad en mí. Y me acojona sentirme tan solo porque resulta catastrófico. Es igual que ver un coche en el mismo momento en que te atropella. Pero entonces, de repente, ese sentimiento se desvanece y me quedo con la mente en blanco. Como si una puerta se entreabriera lo justo para fijarme bien y captar todos los detalles. Sólo lo necesario para darme cuenta de que toda la estancia necesita una buena limpieza a fondo".

Augusten Burroughs, En el dique seco, Anagrama, 2008, pp. 48-9.